
Hay momentos en que la pasión se funde con la necesidad; es la esencia del ser humano confundir los elementos, mezclarlos, hundirse con ellos y resucitar al tercer día. Sin este proceso no sabríamos vivir. La confrontación dentro de nuestro espíritu es necesaria para crecer, aunque no sea fácil convivir con los conflictos personales.

La confusión llega a tal punto que tu mente se disocia de tu espíritu, eligiendo rápida y precipitadamente. No te das cuenta, tan sólo aquellos a los que la vida les ha hecho suficientemente sabios son capaces de ver más allá de tus pensamientos.

Vuelves a sentir aquella sensación de desazón. Ya no es casualidad, ahora sí que sabes que por mucho que quieras, tu camino es otro.
Cierras los ojos y decides dar un salto de fe. A veces este salto a la intuición proviene de un elemento cercano a ti, una persona o una noticia; una mirada, el aliento de la persona amada o simplemente cerrar los ojos para sentir el vértigo que produce no saber qué te depara el camino elegido.

Lo único que sabes es que esa sensación, esa intuición, es la positiva, es la buena. Ahora estás seguro de lo que quieres. Desde lo más profundo de tu propia esencia ves el camino claramente, sin necesidad de realizar ningún tipo de prueba.
Así es como de repente te desbloqueas y la energía vuelve a fluir. Notas la energía emanar y cómo invade todo tu cuerpo. Son pequeñas chispas que se unen formando una gran luz de energía, que cubren todo tu ser y te da fuerzas para continuar. Continuar contra viento y marea; continuar porque sí, sin necesitar explicaciones; continuar por amor, enamorarse de lo que creamos e inventamos y sentirlo con todo nuestro ser, hasta estallar en mil fragmentos fundiéndonos con el universo, para luego, como el ave Fénix, volver a renacer.

A eso se le llama vivir.
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