jueves, 1 de diciembre de 2011

Tocar la música con los dedos







Ayer en clase hablamos, entre otros conceptos, de la belleza. ¿Qué es la belleza? Cada uno tiene un concepto propio sobre ella. Hay personas que la ven en cualquier rincón, cual musa queriendo ser partícipe de su imaginación; otras personas acotan más el campo de visión, siendo más exigentes.

Personalmente la belleza la he visto siempre ligada a la música desde que empecé con ella. El hecho de que sea tan etérea y temporal la hace mucho más mágica. Es como un amante esquivo y has de saber aprovechar los momentos donde Terpsícore decide hacer acto de presencia.

Cuando empecé con la música visualizaba cada nota con un color: el do se me antojaba gris, el re de color rojo, el mi, amarillo, el fa lo imaginaba verde... Me divertía y me entretenía la gama de colores que veía al sonar una nota. Para mí eso era belleza.

Con el tiempo, como cualquier pintor, pasé de los colores planos a las formas redondeadas. Con las fugas de Bach observaba el volumen, porque la música también tiene volumen.

Los preludios de Bach podían hacerme apreciar la utilización del rojo y el negro, destacando aquello que era relevante a modo de Caravaggio.


Con la música clásica podía observar la forma, como la venus de Milo. Una forma delicada y sobria.



Escuchando según qué obras de Debussy podía visualizar los nenúfares de Monet.


Para apreciar la belleza de una obra musical no sólo hay que escucharla. Hay que observarla y no me refiero a la partitura si no al devenir de la propia obra, saborearla y apreciarla con todos los sentidos, desconectar de toda realidad para sumergirse en un mundo basado en la intuición, donde podemos dar luz a nuestros sentidos y nuestra creatividad. Eso es la belleza a mi modo de ver.

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