martes, 25 de octubre de 2011

La tetera de la discordia

Soy una tetera, soy guapa y rechoncha, tengo asa, panza y soy muy redonda. Cuando esté hirviendo oirás un silbido. Inclínate, cógeme y el té estará servido.

Canción popular extraída de La tormenta perfecta

Tenia ocho años cuando la profesora me puso delante un set de bricolage, es decir, una pequeña bolsa con trozos de madera para pegarlos entre ellos.

La profesora empezó a explicar cómo debíamos pintar los trozos y unirlos entre sí a fin de tener un colgador en forma de tetera. Para limitar un poco más nuestra curiosidad nos puso dos colores: A nuestra derecha teníamos la pintura blanca y a nuestra izquierda el barníz. Además, por si acaso nos volvíamos anarcas, las flores de corcho sólo podían ser amarillas, rojas o azules.

Era una buena docente y como tal nos explicó a todos que el cuerpo de la tetera debía ser blanco mientras que la tapa, la base y la boquilla de la tetera se tenían que barnizar. Era sencillo y si lo encontrabas complicado tan sólo debías observar al compañero.

Desde el principio la tetera se me atravesó ¿Porqué debía ser blanca? Claro que tenía una en casa pero podía ser que las teteras cambiaran de color. Quizá si me hubieran dado una razón lógica no hubiera tenido tanto problema. Pero ¿Porqué blancas? Si es un color insípido, ¡Inútil!

Le pregunté a la profesora cómo se debía hacer. A veces tenía problemas para poder entender cómo realizar una actividad, así que ella me lo explicó una vez más. Seguía sin estar segura ¿Blanca? Volví a preguntar y esta vez, al no tener una respuesta corporal positiva, decidí abandonar el barco y acabar con la tetera de forma rápida.

Ahí estábamos los treinta alumnos pintando nuestra tetera cual niños tercermundistas haciendo lo último de Nike. Coloreé todas las piezas, las pegué, pinté mis flores y, en el preciso instante en que las iba a pegar un compañero señaló con sorpresa que mi tetera no era como las demás.


La profesora se acercó rápidamente y observó mi traición, porque, aunque no lo dijera, cambiar el color de aquella tetera significó traicionar al régimen escolar. Lo siguiente que escuché fue una bronca monumental. Me sentía dentro de una película de terror, sobre todo porque no acababa de entender qué pasaba. Frases difusas pasaban por mi cabeza: ¿Porqué se enfada? o Es sólo una tetera o ¿Le va a gustar menos a mi madre? o ¿Blanca?

Ni los jinetes del apocalipsis, ni el propio Belcebú podrían haber parado a aquella mujer, que poco a poco se iba encendiendo más y más hasta conseguir que rompera a llorar.

Hoy por hoy me pregunto qué hubiera pasado si, en vez de enfadarse, me hubiera preguntado porqué la pinté de aquella manera o si hubiera investigado si tenía algún problema en la escuela o si bien hubiera alentado mi originalidad casual.

Cuando se secaron todas las teteras las envolvimos. Cuando la profesora, más calmada, me dio mi tetera, un compañero se acercó al mismo tiempo a la mesa. Observó la tetera y espontáneamente dijo ¡Le ha quedado mejor que a nosotros! La mirada, fría y penetrante de la profesora era un poema.

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