sábado, 15 de octubre de 2011

MUS-E


Las personas tendemos a volver a repetir esquemas. Y muchos. El clasicismo bebía de los patrones de la misma Grecia; el barroco, del renacimiento y el romanticismo a su vez del barroco, y hoy día las influencias artísticas son realmente variadas, creando un crisol de estilos que nos permite escoger aquello que consideramos interesante.

Pedagógicamente hoy por hoy hablamos de la pedagogía sistémica (Bert Hellinger), de interdisciplinariedad, de las múltiples inteligencias (Gardner)... Y de la educación en valores. Todo ello es interesante y a la vez nos invita a la reflexión sobre qué hacemos y qué podemos hacer como docentes.

Una de las cosas que algunos docentes aplicamos es la educación artística en valores. Y nos ernorgullecemos. Consideramos que estamos cambiando el mundo o al menos, lo intentamos.

En 1994 nace la fundación Yehudi Menuhin, una fundación que en principio defendía que la música debía ser accesible a todos. Pero aquello fue tomando cuerpo, abarcando así a todas las artes, convirtiéndolas en la vía de desarrollo de los valores, donde no había distinción de razas y se fomentaba la solidaridad.

Es interesante observar cómo volvemos a un renacimiento de las artes, esta vez dentro de la propia educación. Aunque si queremos un renacimiento educativo, lo primero que deberíamos hacer es entender que el docente no ha de desarrollar solamente su labor educativa, si no también otros aspectos artísticos.

Seguramente, señor Mutt, se pregunte qué quiero decir con ello. Es muy sencillo ¿Cuantos cursos o cursillos hemos realizado en estos últimos años tan sólo por unas oposiciones? ¿O porque "hay que hacerlo"? ¿Por qué no nos hemos planteado enriquecer nuestras habilidades de otro modo?

Mi pensamiento va dirigido al estudio pedagógico y la práctica artística. El primero es fundamental para poder dar clase. Un curso en el que nos expliquen cómo dar clase no es suficiente; un máster no es suficiente; la vida entera no es suficiente. Muchos de nosotros hemos aprendido a dar clase de la forma más cruda posible: sin tener ni idea de pedagogía. Algunos consideran que el sueldo no está mal y hacen un mínimo; otros se replantean la necesidad de desarrollarse para poder transmitir aquello que creemos necesario e interesante. Y ahí reside parte de los problemas de nuestro sistema educativo, un sistema dividido en aquellos que no se reciclan y aquellos que sí. Un sistema donde a veces priman las diferencias personales y profesionales más que los propios alumnos. En resumen, un sistema donde padres y docentes no se unen para ayudar a los alumnos a crecer intelectual, emocional y personalmente, no puede funcionar, es más no debe sobrevivir.

El segundo, la práctica artística, es indispensable para poder evolucionar. Comparo al docente que no evoluciona con aquellos padres que han olvidado que también son personas y como tal se han de cuidar.

El hecho de estar en contacto con el arte (una exposición, un concierto, exponer, escribir...) hace que renovemos nuestro propio espíritu, haciéndolo joven y con ganas de descubrir el mundo. De ese modo damos ejemplo a nuestros alumnos: siempre hay personas mucho más sabias que nosotros y con una experiencia docente y artística de un valor incalculable. Cuando nos olvidamos de esto, cuando pensamos que ya lo sabemos todo, aquellos valores que queremos inculcar se van difuminando delante de nosotros, como si de un recuerdo se tratara. Es la entrada a la ignorancia porque, por muchas carreras o cursos que hayamos hecho, a tiempo de ser ignorantes siempre estamos. Es más ignorante la persona que con estudios no hace por evolucionar que aquella persona que, sin estudios, es capaz de aprender de todo aquél que le rodea.

Así pues ¿Cómo podemos educar en valores si nosotros mismos hemos perdido los referentes? ¿Si ni tan sólo tenemos la mente abierta para escuchar a aquel que, con siete años, es capaz de explicarnos qué siente cuando algo pasa a su alrededor? La humildad, diría mi padre, es una de las virtudes más desvirtuadas.


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